Sobre mi historia pues.. “Beatriz, ¡querida!: las mas bellas flores de los bosques de Suecia llegaron a mis manos y formaron un lindo bouquet el día de nuestra boda. El sol brilló espléndido y los pájaros cantaron más felices.
La ceremonia fue sobria y elegante en la casa de justicia de Estocolmo. Hubo arroz, más flores, familiares y muchos amigos. Mi dicha y la de Nilserik resplandece cada día. Después te contare mas cosas. Con amor: Luciana”.
Es una de las personas que mas me ha escrito en los últimos años. La anterior fue la primera carta que recibí después de su boda con un sicólogo e intelectual sueco con quien la relacione. Por casualidad la encontré nuevamente y me reconfortas.
La escribió una mujer que hoy es muy importante en Estocolmo. Al leerla y revisar la historia del que ha sido mi trabajo en los últimos treinta años, concluyo que el primer matrimonio que se celebro a través de la agencia fue el mío con Jonás Vogulys un lituano que seis años atrás, huyendo de stalin, llego a Colombia en busca de futuro.
En ese momento, no tenia ni la mas elemental sospecha de que gracias a este matrimonio, mi oficio terminaría siendo el de armar parejas, ni siquiera sabia que en Europa y Estados Unidos existían empresas dedicadas a estas lides.
Jonás llegó en 1953, cuando Bogotá mas que una ciudad era un pueblo grande, de quinches en los tejado, de cúpulas con buitrones que fumaban todo el día y campanarios que cada hora la despertaban del letargo en cada día.
Las avenidas principales y mas concurridas no era la Décima ni la Caracas –que una vez construidas parecían quedarle grande a la ciudad-, sino la Séptima , la Jiménez y las calles angostas y empedradas de la Candelaria que, amenazando derretirse bajo el sol del medio día, hasta los cerros.
La ciudad hacia el norte,
A duras penas y añadiéndole de manera imaginaria urbanizaciones y calle en los potreros intermedios, llegaba a la avenida setenta y dos. De ahí para allá, solamente existían quintas en donde se refugiaban apellidos en busca de abolengo, o extranjeros –sobre todo europeos-, que con el exiguo capital recatado de la guerra, retozaban su destierro en mitad del frío y del paisaje.
Sus mujeres eran rubias y blancas, y para mantener la diferencia con las criollas, no usaban tacón puntilla, ni falda entubada y mucho menos la cocacola a media pierna.
Ellos, los extranjeros, no solo para protegerse del frío sino para estar a tono con los cachacos con quienes debían hacer negocios –a pesar del calor del mar que traían metido en el cuerpo-, vestían traje oscuro y grueso, sombrero borsalino, abrigo, paraguas y bastón al brazo.
Una vez en la sabana, el grupo de Lituanos, echando mano del recurso de buenos agrónomos y de un español chapaleado –que aprendieron mientras duro el trayecto del barco-, empezaron a trabajar en fincas cercanas a los pueblo que rodeaban la ciudad. De todos, el mas afortunado fue Jonás que en menos de un año adquirió un terreno de pocas fanegadas en Cajicá.
Para 1957 cuando lo vi por primera vez
yo acababa de llegar de España donde estudié bibliotecología, después de abandonar la carrera de bacteriología en la Nacional. A la escuela de Archiveros y Arqueólogos de Madrid ingrese por una beca que gané. Allí tuve oportunidad de viajar a África y conocer sus principales bibliotecas incluida la de Marruecos que resultaba impresionante por su tamaño.
Desde un año antes de mi viaje, mis padres buscando huir de la depresión que dejo el 9 de abril, abandonaron Bogotá y se radicaron en Zipaquirá, así que para cumplir con mi trabajo de bibliotecaria en la Academia Colombiana de Historia, debía hacer todos los días el trayecto entre las dos ciudades.
Después de la calle setenta y dos y de las quintas, el progreso estaba estancado y, al salir de la ciudad, el viajero se topaba de frente con el limpio cristal de la sabana salpicado de casitas campesinas con fumarola.
Verde hasta los bordes, con olor a pasto, leche y sauces. Era un paisaje estático que para entonces mostraba en la falda de los cerros los primeros ranchos de paroi y triples construidos por los campesinos que emigraban de la violencia.
En medio de esta monotonía y el recuerdo de un novio que se quedo en Europa, conocí a Jonas.
Un miércoles por la tarde abordo el bus, tomo el asiento junto a mi y empezó a hablarme en un español enredado. Como le entendía muy poco, le pedí que lo hiciéramos en inglés.
Al despedirnos, intercambiamos direcciones o mas bien señales de los sitios donde vivíamos, y al domingo siguiente, de una forma que se me antojo inoportuna, se apareció en mi casa a la hora del almuerzo con un hermoso ramo de gladiolos.
-Los cultivo yo mismo y los escogí especialmente para usted- me dijo en un español perfecto, por lo que concluí que estuvo practicando el saludo.
Después del el conocí a los demás Lituanos y con asombro encontré que el común denominador era la soledad y el deseo por casarse; pero la diferencia de cultura e idioma les impedía intimar con las mujeres.
A los mas amigos les presente algunas muchachas que conocía, y aparte de uno o dos intentos de noviazgo, el nuestro fue el único que se formalizó y nos casamos el cuatro de julio de 1959 . Hoy tenemos dos hijos: Jonás y Kazys. Jonás es quien mas se a vinculado a la agencia y sospecho que una vez me retire, será quien continué con el trabajo de armar bodas.
Al regreso de la luna de miel
Nos instalamos en la finca que el había comprado, y para no dar nuestro brazo a torcer en nuestros propósitos de conseguirles esposas a sus compatriotas, cada fin de semana invitábamos parejas y lográbamos algunos éxitos.
Hasta 1966 ocupando mi cargo de bibliotecóloga en la Academia y , aunque lo había consultado con mis jefes y la idea les pareció sensacional, el proyecto de la Agencia Matrimonial no se vislumbraba por ninguna parte,
Hasta que un día
hablándome de su país y sus costumbres Jonás me contó que en Lituania había casamenteros que durante cierta época del año, iban de casa en casa preguntando por los jóvenes en edad de contraer matrimonio, para pedirle la dote a la novia y arregla la boda.
Para entonces ya había leído en algunas revistas el éxito que en Europa y Estados Unidos tenían las agencias matrimoniales y me asalto el deseo de montar una, pero pensé que en un país como el nuestro, con las construmbres conservadoras de 1964, no tenia resultado.
La idea durmió una semana mas, hasta cuando Caliban, columnista del EL TIEMPO y propietario de una finca cerca de la nuestra, nos visito y le expusimos el proyecto.
En medio del entusiasmo y de las bromas que hizo, nos pidió que el lunes siguiente pasáramos por el periódico y habláramos con su hijo Enrique, quien bajo el titulo: Primera agencia de matrimonios ha sido instalada en Bogotá, publico la noticia.
Ante este compromiso adquirido,
Y digo compromiso, por que las cartas pidiendo información empezaron a llegar una tras otra al escritorio de la columnista Tony Globel, no tuvimos mas alternativa que arrendar una oficina en la Avenida Jiménez numero siete veinticinco. Nuestro Primer numero telefónico fue el 348151 y nuestro apartado aéreo el 14074.
En estos treinta años de trabajo, no tengo la cifra exacta, pero son algo así como cinco mil matrimonios que he fomentado, sobre todo de mujeres nacionales con caballeros extranjeros, por que como cosa curiosa, el porcentaje inverso es absolutamente inferior debido a que los colombianos no son muy apetecidos por las mujeres de otro país.
Los lugares preciosos a donde han ido las felices señoras tampoco los tengo registrados en su totalidad. Hay nombre que no ubico y rostros que no recuerdo. Como es de esperarse, los fracasos y las anécdotas son innumerables. A muchas personas por una u otra razón no las he podido ayudar y han continuado viviendo bajo el fantasma del desamor: De todas maneras, en medio de olvidos y recuerdos, lo único cierto es que para navidad mi buzón se llena de cartas y tarjetas.
A Luciana
la conocí por recomendación de una parienta suya. Llego a mi oficina cuando tenia veinticinco años. Es de origen guajiro y quería conocer a un señor que específicamente viviera en el norte de Europa. Sin saber por que, adoraba ese ambiente y su mayor deseo era radicarse allí.
Lo que mas me sorprendió fue su inteligencia. Hablaba bien el ingles y el francés. Además era sicóloga y amante de la literatura. En estas condiciones relacionarlo con un escandinavo no era difícil y entro en correspondencia con Nilserik.
Cuando recibió los pasajes para viajar, sus amigas y yo le hicimos un fiesta de despedida en la que lucio un autentico traje guajiro con todos sus aditamentos.
A partir de la carta que escribió al comienzo, son muchas las que de su puño y letra he recibido, sin falta, tres o cuatro veces al año. Hoy en día, en virtud de los que logro al lado del que llama su <<vikingo maravilloso>>, es no solo asistente del servicio municipal para ancianos en la ciudad de los Nóbel, sino una reconocida intelectual. Lo ultimo que recibí, autografiado, fue: Camino de Mariposas blancas, su primer libro de poemas. La mayoría de sus versos están dedicados a Colombia y la Guajira.
Beatriz de Vogulys
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